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martes, 25 de junio de 2013

LA SEÑORA PRESIDENTA: JUNIO 2013


por CLAUDIO MADAIRES
claudio.madaires@gmail.com


"Sin Techo" de Buenos Aires, junio 2013


La Señora Presidenta dejó caer el ultimo número de la revista «Vogue» en francés sobre la mesita ratona de su despacho preferido en Casa de Gobierno, y, enfurecida, dijo estas palabras a su Secretario Privado:

—¡No, no y no! ¡Y es la última vez que te lo advierto, Facundo! ¡No intentes presionarme por ese lado!

Facundo Desarre actuó su mejor sonrisa de «homme du monde» —que sabía cuánto le gustaba a la Primera Dama—, y suplicó:

—Amalia, Amalia... ¿Y qué de tus promesas electorales?...

La Señora Presidenta chasqueó los dedos y respondió:

—A otra cosa, mariposa, querido mío. Una cosa es prometer, otra cumplir. Promesa cumplida es electorado perdido, Facundito de mi corazón. Si los políticos cumpliéramos todo cuanto prometemos en las elecciones, nadie volvería a votarnos. Hay que dejar promesas incumplidas para el siguiente mandato.

Facundo Desarre se puso de pie y fue a servirse un canapé de gris caviar Beluga —importado exclusivamente desde el Mar Caspio—, dando la espalda a la Señora Presidenta muy a propósito. Ésta, detallista en extremo con las mínimas faltas de respeto, sobre todo desde que era Primera Dama, advirtió a su Secretario Privado con vozarrón de verdulera del antiguo Abasto:

—No vuelvas a darme la espalda cuando te estoy hablando o mirando, Facundo, o me veré obligada a tomar medidas «políticas» contigo. Y sabes a qué me refiero con «medidas políticas». Tus insolencias me están hartando.

Logrado el objetivo, Facundo Desarre se volvió hacia la Señora Presidenta, ahora con una sonrisa entre romántica y pedigüena, y dijo:

—Eres tú, Amalia, la que me da la espalda. Tú me faltas el respeto y pretendes que yo te lo tenga. Porque, recuerda, Amalia querida, que aunque tú tienes dos décadas más de experiencia, yo uso pantalones largos desde hace rato...



"Sin Techo" de Buenos Aires, junio 2013


—¡Dos décadas! ¡Por favor! ¡Lo que una Primera Dama tiene que escuchar, y en la misma Casa Rosada! ¡Apenas catorce o quince años de diferencia, como mucho!

—Recuerda, Amalia, que no por ser presidenta dejas de ser mujer... Tus promesas personales deben valer algo más que las políticas. Y tú has prometido...

La Señora Presidenta recogió la «Vogue» y simuló hojear algunas páginas de la revista.

Desarre paladeó otro mordisco de «Beluga», con plena conciencia de que estaba disfrutando de una golosina de 5.000 euros el frasquito —y en vías de extinción, dada la sobreexplotación del esturión en el Caspio—, a la espera de que la Señora Presidenta volviera a prestarle atención. Como se demoraba, comentó:

—¿Por qué siempre es caviar gris y no negro, Amalia?

La Primera Dama volvió a dejar la «Vogue» sobre la mesita ratona y explicó:

—Porque el caviar gris es superior al negro, querido Facundo. No demasiado; pero sí lo suficiente. Sabes que una mujer como yo no acepta cosas ni siquiera ligeramente inferiores a otras, pudiendo optar.

—Eres una exquisita...

La Señora Presidenta se quedó mirando fijo a su Secretario Privado. Este, tras otra sonrisa seductora perfeccionada durante interminables horas frente al espejo, dijo:

—No seas mala, Amalia. Tú prometiste...

—¡Qué fastidioso eres, Facundo!

—Pero fiel y admirador eterno.

—¡A ver! ¿Qué es lo te prometí?

Facundo Desarre se relamió los labios, seguro de que la Primera Dama, bajo presión psicológica, cumpliría con la promesa hecha cierta madrugada entre sábanas de legítima seda de Murshidabad de la India de 600 hilos(2.700 euros).

—Prometiste la Embajada en París para mi hermana Inés...

La Señora Presidenta lanzó una carcajada mezcla de ironía y maldad y dijo:

—¿La embajada en París?... ¿Nada menos?

—Una promesa es una promesa...

—Si es que prometí tal cosa, debí estar embriagada... Tu hermanita apenas cumple los 24 y ya la quieres de embajadora en París... —La Señora Presidenta lanzó un suspiro nostálgico, tal vez recordando sus 24—. Aparte, sabes perfectamente que la embajada fue subastada estando tú mismo presente en el «Claridge» —el cual, sin ser el más caro de los hoteles de Buenos Aires, es uno de mis preferidos—, y concedida al ex senador... ¡Ay, mi memoria! ¡Parece que ya he llegado a la edad de las castañuelas!...

La Señora Presidenta hizo chasquear los dedos varias veces junto a su oído, en vano.

—Sotela... —ayudó Desarre.

—Sotela, ese mismo.

—Quien adquirió el cargo a precio vil.

—¿A precio vil? ¡Ja! ¡No me hagas reír!

600.000 euros no es suma demasiado importante por un cargo de tal jerarquía...

—Facundo, Facundo... Fue el mejor postor... Tú estabas presente, supervisando...

—¿Qué son 600.000 euros para ti, Amalia?



"Sin Techo" de Buenos Aires, junio 2013


Golpearon a la puerta.

—Adelante —autorizó la Primera Dama.

Era su Tercer Secretario.

—Señora, en 15 minutos, la conferencia de prensa...

Amalia Franco Bartolomeo se dirigió a Facundo Desarre:

—Todo listo, ¿no es cierto Facundito?

Desarre se dirigió al Tercer Secretario:

—Los periodistas tienen su libreto bien aprendido, supongo. ¿Los has examinado, Walter?

—Sí, señor. Todos menos uno han pasado el examen.

—Bien, puedes retirarte —dijo Desarre.

Ido el Tercer Secretario, la Señora Presidenta encaró a su Secretario Privado de nuevo con vozarrón verdulero:

—Soy yo quien despacha a la servidumbre. No sigas tomándote atribuciones dentro de la Casa de Gobierno. Que en otros espacios te conceda cierta libertad de acción no significa que te lo permita todo, en todo momento y todo lugar...

Desarre volvió a servirse un canapé de grises huevas de esturión «Beluga», esta vez evitando dar la espalda a la Primera Dama, y dijo:

—El embajador Sotela es un hombre ordinario, de baja estofa... No te representa, ahora que eres la Primera Dama y que debes dar al mundo una imagen de inmaculado glamour y refinamiento hasta en la selección de los domésticos... Está en juego tu prestigio, Amalia...

—Puede que tengas razón; pero...

—Déjame a mí. La SIDE me ha hecho llegar cierta documentación bastante compremetedora sobre el Sotela de hace unos añitos... No hace falta que entremos en detalles desagradables a la hora del caviar... Deja que hable con él...

La Primera Dama comenzó a limarse las uñas, evitando la mirada perruna de Desarre.

—Mi hermana te adora, Amalia. Sin llegar a los tacos de tus divinos zapatitos —que, por lo que veo, son los«Salvatore Ferragamo» de 1.800 euros que trajiste de Italia la temporada anterior—, la chiquilina tiene cierto glamour básico para el cargo... Y, a diferencia del bruto de Sotela, sabe francés...

Sin retirar la vista de sus uñas, la Señora Presidenta preguntó a su Secretario Privado:

—¿Y los seiscientos mil? ¿Quién los repondrá? ¿O piensas, ingenuote mío, que seré yo quien se los devuelva de mi propio bolsillo al Sotela ese.

—También me encargo... Y hoy mismo, con tu venia.

La Primera Dama alzó la vista hacia su Secretario Privado:

—Eres maquiavélico, Facundo...

Facundo Desarre actuó otra vez su perfecta sonrisa de «homme du mond» hasta advertir el beneplácito en el rostro de la Primera Dama, y, tras arrodillarse frente a la Señora Presidenta sobre la alfombra persa original de 25.000 euros obsequiada una semana atrás por empresarios iraníes, tomarle la mano y besarle el soberbio anillo de diamantes de 3.25 quilates (40.000 euros) seleccionado en «Pons & Bartumeu» durante uno de los recientes viajes «políticos» de la mandataria a Andorra, le dijo:

—Cierto, Amalia. Soy un esclavo maquiavélico y amante. Te seguiré de rodillas hasta el mismísimo Infierno, cuando nos llegue la hora fatídica. Porque sin ti, Amalia, este esclavo de tu belleza, tu glamour y tu inteligencia no deseará vivir...



© CLAUDIO MADAIRES
. De su novela «La Señora Presidenta». Todos los derechos reservados. All rights reserved.

Todos los personajes son imaginarios y no se basan en personas reales vivas o muertas. A efecto de aumentar la verosimilitud a la ficción, ciertos nombres de países, lugares, instituciones y empresas son verídicos, sin que situaciones idénticas o similares a las descritas se hayan dado en la realidad en relación a dichos nombres, hasta donde llega la inteligencia del autor.

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